miércoles, 1 de julio de 2009

Nostalgia del Tacleteo

El tacleteo resonaba profundamente en la habitación a medio llenar, cada tlac de inspiración golpeaba tiernamente el espacio en blanco sediento de la tinta añeja.
El humo llenaba cada espacio vacío del lugar, y la Olivetti Lettera 22 se hacia sentir cual si fuese una metralla en plena batalla. Detrás estaba él, barbudo, arrugado, ojos chicos pero de mirada profunda y penetrante. Observador de cómo la tinta comía el espacio reservado para cada letra en el amarillento papel. El humo cada vez mas humo. El tlac, tlac furioso se abría en la noche oscura. Él sin sentido aparente solo se limitaba al mundo del tacleteo, solo debes en cuando, interrumpía su frenesí para hacerse de un armado de tabaco rubio y papel de arroz. Pero no, no siempre fue así, si bien más o menos fue así su vida, antes no era tan así, aunque debo reconocer que su alma siempre fue nocturna, siempre su cara alunada y su cuerpo a lunares tal parecieran estrellas.
Esa noche el se sonrío, pues sabia que el tacleteo no pararía jamás, sería eterno, igual que su hambre y su pobreza, la misma que debes en cuando lo abandonaba cuando la suerte en una época lo rozo la mejilla solo para verlo un poco más presentable.
Y fue en esos tiempos en cuando los 43-70 llenaban de cenizas su cenicero y el licor de chocolate su estomago y todo porque era una de los pocos que podía escribir tan rápido sobre la Olivetti y en el pueblo todos le pedían que le escribiese su Curriculum y le pagaban por eso. Él se divertía haciendo ese trabajo ya que le fascinaba tanto escribir sobre esas teclas que había perdido la capacidad de hacerlo con la mano, con tal de describir la lista del supermercado que tan bien tipiada estaba sobre la maquina de escribir. La cuestión es que uno podía adivinar a simple vista si los curriculum los había escrito de noche o de día. Los que empezaba antes del ocaso eran nostálgicos y sobrios, la carta de presentación solo se limitaban a los que buscaban trabajo en las farmacias, como secretarias o bien a puestos de oficinas. Eran escritos para esas personas formales que dentro les acecha un pena tan onda por querer ser libres y reventar a mordiscones y arañazos las paredes de una prisión ficticia. Los curriculum que más le apasionaba escribir eran los de los obreros de la metalurgia, de la siderurgia y los que terminaban con urgía, porque según su entender, urgía para el país esa gente noble y trabajadora. Y a esos les destinaba desde la media noche hasta bien entrada la madrugada, porque sentía que sus letras de metal embebidas de tinta rancia seria un manantial fresco para tan arduo trabajo matinal. Cuando el sol empezaba a desperezarse sobre el horizonte el viejo empezaba a confeccionar los prontuarios del trabajo de las personas que habían tenido la posibilidad de ser algo concreto en su vida y los seleccionaba no por sus profesiones, sus hobbies, sino porque eran madres, padres o abuelos de alguien, solo porque el jamás seria eso y la nostalgia le golpeaba tan hondo que los dejaba para el final solo para dormir con la sensación de que el mundo seguía creciendo y que cada primavera traería consigo las lluvias y el florecer de un mañana distinto.
El viejo seguía sonriendo mientras el papel se descosía de tanto tacleteo. Él mordía su papel de arroz y arrebataba una seca a su armado. Y a su lado se le iba acercando lentamente la pálida vecina que tantas noches le había cebado mates, de pura aburrida.
El viejo esa noche solo escribió su historia, y lo hizo solo para que cuando yo encontrase esa vieja Olivetti, escribiera parte de su historia sobre un teclado electrónico y las letras aparecieran sobre una pantalla, solo lo hizo para demostrarnos que la primavera esta cerca y que el florecer del mañana puede ser distinto.